En el siglo XVIII en Francia reinaba una época en la que se vivía un hedor apenas inimaginable para el hombre actual. Las cocinas de las casas apestaban a grasa de carnero; los aposentos apestaban a polvo enmohecido; las chimeneas a azufre; los mataderos a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a ropa sucia, poseían bocas pulidas con pocos dientes podridos, hermosas cabelleras con abundante pelo enmarañado. Todo apestaba, los ríos, las plazas, las iglesias y en el lugar mas maloliente de todo el reino, que antiguamente era un cementerio, se ergio un mercado de víveres donde el 17 de julio de 1738 nació nuestro protagonista Jean-Baptiste, entre los desechos de vísceras de pescado del puesto de su madre, siendo el sexto de cinco y único sobreviviente, la joven madre comenzó a derrumbarse de inmediato de felicidad o tal vez por una grave infección .
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